Artículos y Ensayos
PRIMERO: DEFINAMOS QUÉ ES CORRUPCIÓN.
Luego de la firma de los Acuerdos de Paz del Gobierno Santos con las FARC, nuestra sociedad parece estar más atenta a los casos de corrupción. Abrimos los ojos, para por fin notar la podredumbre que siempre había estado allí.
Hemos visto como en los dos últimos años, bajo un tormentoso frenesí público, varios de nuestros referentes políticos han salido hacer suya la defensa de una causa que debería ser de todos, la de la lucha “anticorrupción”.
Lo que varios no han entendido aun, es que es igual de corrupto aquel que roba un “cubito Maggi” como el que roba miles de millones de pesos. Que dentro de la definición de corrupción, no se hace distinción en mérito de la ideología que se profese o del color político que hondee. “El mal es mal aunque todo el mundo lo haga y el bien es bien aunque nadie lo practique”.
Desafortunadamente los noticieros nos acostumbraron a esquivar la realidad, colocándole apodos a los delitos. En nuestro entorno las autoridades bautizan a los delincuentes con alias (Yayitas, el Popeye, y el Jabon) y los medios apodan los delitos con rótulos sonoros.
Colombia bien podría ser considerada un paraíso, pues vivimos en un país donde se reparte mermelada, se hacen paseos millonarios, se entregan paquetes chilenos, los jueces y políticos montan en Carruseles, y se hace turismo sexual de la mano de una Madame.
No importa lo disonante y escabroso que por sí solo llega hacer el delito, nuestros noticieros afinaron el oído del colombiano a la entrega de una información folclóricamente más comercial, muy propia de nuestra república bananera.
Posiblemente se vende más un titular que coloquialmente trata la compra de consciencias con dineros públicos en beneficio privado e individual, llamándolo “Mermelada”, que simplemente sobornos; o “Carrusel de los Magistrados”, al robo del erario público; o “Falsos Positivos”, al ruin asesinato indiscriminado que cometieron miembros del Ejército sobre quienes se suponía debían proteger.
Pareciese que la vileza del acto, no fuera lo suficiente sugestiva para captar la atención del público que se acostumbró a convivir a la fuerza con hechos, que en otras sociedades, serían considerados aterradores.
Sin importar como los apoden, la extorsión, el asesinato, el robo, el soborno, el tráfico de influencias, el abuso de confianza, el lavado activos, la evasión fiscal, el peculado, el nepotismo, son el enemigo que debe combatir toda Colombia unida y debemos evitar que se siga abriendo paso.
Si no somos capaces de llegar a un acuerdo unánime, bajo el que todos los colombianos sin importar nuestro color político, podamos delimitar a unísono concepto la corrupción, muy pronto pagaremos el precio de la descomposición social, cada vez más alta, por nuestra necedad en defender a esos “lideres” indefendibles.
Poco a poco, son estos delitos los que nos están desfigurando como sociedad, hoy por hoy, somos de esos países de la región, en donde el dirigente de turno no pierde su “autoridad moral” o investidura por ser pillados con las manos en la masa.
Así, echando mano del diccionario de la Real Academia Española, corrupción es una “práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. Es decir, que el caudillo corrupto, es aquel que toma decisiones abusivas o desviadas de los fines institucionales que deben gobernar su actuar, o aquel que las retarda, las dificulta o las impide, todo ello con la finalidad de recibir un beneficio para sí.
Desde luego que la corrupción no reside solo en las intuiciones públicas, también está presente en todos aquellos actos individuales que podrían considerarse inofensivos, como pasarse el semáforo en rojo o colarse en el transporte público. No hay corrupción pequeña, sumadas todas, causan descomposición en nuestra sociedad.
Necesitamos delimitar entonces lo que entendemos por corrupción, no podemos seguir siendo permisivos con los que con retorcidas maniobras corrompen a todo nivel nuestras instituciones públicas para ocupar cargos de poder, no importa cuán amado sea ese caudillo, si la hace que la pague.
No es necesario pedir más leyes, que muchas veces actúan como telaraña “a través de la cual pasan las moscas grandes y las más
pequeñas quedan atrapadas” , lo único que necesitamos es que todo acto de corrupción, sin importar de quien venga, sea severamente castigado.
Hasta que eso no suceda, las “lapidaciones morales” en redes sociales seguirán siendo el pan de cada día, pues nuestros caudillos políticos, siempre tan impolutos y libres de todo pecado, seguirán tirando la primera piedra, trazándonos fuera de sus partidos políticos, a quien debemos desesperadamente apedrear.
El deber de castigar la corrupción no tiene color político.
Por: GABRIEL SALAZAR NAVARRO